Crónicas UGMEX a jueves 18 de abril de 2024


La Llorona

Leyenda popular mexicana

Córdoba Ver. Jueves 29 de Octubre de 2015

José Luis Díaz Cabrera

Artículo y Fotografía por: José Luis Díaz Cabrera

Diseño Gráfico por: Laura Morales Domínguez

Hay tantas versiones de la leyenda de la llorona que no se sabe cuál es la primera pero como mexicanos hay que conservar nuestras tradiciones y se remonta a un relato de la época virreinal.

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La Llorona. Diseño Gráfico por: Laura Morales Domínguez

Después de la conquista a mediados del siglo XVI, en la ciudad de México los habitantes se reguardaban en sus casas por la llamada de las campanas de la primera Catedral; a media noche y principalmente cuando había luna, despertaban espantados al oír en la calle, tristes y prolongadísimos gemidos, lanzados por una mujer a quien afligía, sin duda, honda pena moral o tremendo dolor físico.

Las primeras noches, los vecinos contentábanse con persignarse o santiguarse, que aquellos lúgubres gemidos eran, según ellas, de ánima del otro mundo; pero fueron tantos y repetidos y se prolongaron por tanto tiempo, que algunos osados y despreocupados, quisieron cerciorarse con sus propios ojos qué era aquello; y primero desde las puertas entornadas, de las ventanas o balcones, y enseguida atreviéndose a salir por las calles, lograron ver a la que, en el silencio de las obscuras noches o en aquellas en que la luz pálida y transparente de la luna caía como un manto vaporoso sobre las altas torres, los techos y tejados y las calles, lanzaba agudos y tristísimos gemidos.

Vestía la mujer traje blanquísimo, y blanco y espeso velo cubría su rostro. Con lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad dormida, cada noche distintas, aunque sin faltar una sola, a la Plaza Mayor, donde vuelto el velado rostro hacia el oriente, hincada de rodillas, daba el último angustioso y languidísimo lamento; puesta en pie, continuaba con el paso lento y pausado hacia el mismo rumbo, al llegar a orillas del salobre lago, que en ese tiempo penetraba dentro de algunos barrios, como una sombra se desvanecía.

A veces era una joven enamorada, que había muerto en vísperas de casarse y traía al novio la corona de rosas blancas que no llegó a casarse; era otras veces la viuda que veía a llorar a sus amados huérfanos; ya la esposa muerta en ausencia del marido a quien venía a darle la despedida que no pudo darle en su agonía.

Poco a poco, al través de los tiempos la vieja tradición de La Llorona ha ido borrándose del recuerdo popular. Sólo queda memoria de ella en los relatos mitológicos de los aztecas, en las páginas de antiguas crónicas, en los pueblecillos lejanos, o en los labios de las abuelitas, que intentan asustar a sus inocentes nietos, diciéndoles: ¡Ahí viene La Llorona!

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